miércoles, septiembre 30

Fuego en la iglesia

Recuerdo haber leído que en una comunidad había un individuo que se enorgullecía de ser ateo y que jamás pisaría una iglesia cristiana, el criticaba y desmeritaba a todos aquellos que asistían al templo, el cual, catalogaba como muerto. Aunque el pastor trataba de atraerlo y convencerlo con buenos argumentos y teología rebuscada, pero jamás lo logró. Un día un voraz incendio se inicio en el templo y de todas partes corrían las gentes para ayudar a apagarlo. Se estaban quemando las banca y toda la estructura la cuales eran de madera, el órgano, las Biblias e hinnarios. Era en los días cuando el agua se transportaba en carros de caballo y se necesitaban bri­gadas de hombres en formación de fila para arrojar cubetas de agua. El pastor se sorprendió al ver al ateo al frente del grupo que combatía el fuego. A manera de broma le dijo el ministro: “Esta es la primera vez que lo veo en la iglesia.” “Es cierto, es mi primera vez en la iglesia” repuso el ateo, arrojando más agua a las llamas, “¡pero también es la primera vez que hay fuego en su iglesia!” le replicó al clérigo.

Por mucho tiempo hemos encerrado al Señor Jesucristo dentro de las cuatro paredes de la iglesia, y el mundo exterior no se ha enterado de su presencia, ni ha reconocido su gloria! Pero cuando la iglesia, esto es nosotros, recibimos el bautismo del Es­píritu Santo y ese fuego nos llena, el conocimiento del Salvador se extiende por todos los ámbitos.

Cuando hay fuego comienzan a cambiar las cosas, en lugar de que el mensaje se limite a un solo hombre desde el pulpito, el mensaje encendido se escuchará como un eco en toda la congregación. En vez de un sermón de una hora los domingos en la mañana, el mensaje se repetirá en las conversaciones aquí y allá; y resultará que el mensaje no se habrá dejado olvidado en el santua­rio, sino que se escuchará en los hogares, fábricas, salones de clases, oficinas.

Cuando la iglesia de Cristo recibe el bautismo de fue­go del Espíritu Santo, o sea cuando hay fuego en la iglesia, somos capacitados para servir más eficaz­mente y el mundo dará atención a lo que decimos y hacemos. El Pentecostés no es un lujo del es­píritu; no fue un evento pasado, no es una historia para recordar pero es una necesidad urgente para la vida de cada cristiano, es la fuente de la devoción genuina. El ser humano fracasa si el Espíritu Santo no le posee. No hay otra alter­nativa: "Fuego en nuestras vidas o la fría religiosidad nos mata".

J&A

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